viernes 29 de marzo del 2024

El responsable de las desprolijidades

Domínguez asumió en Conmebol para refundarla luego del Fifagate, pero no pudo. Falló en decisiones, pero sobre todo en la comunicación.

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El cambio. Eso fue lo que planteó Alejandro Domínguez desde el día que asumió en la presidencia de una Conmebol que pareció haber tocado fondo institucional luego del Fifagate, pero que en su gestión se encargó de (des)organizar la peor Copa Libertadores de la historia. Una Copa que quedará repleta de asteriscos cuando sea recordada.

Un dirigente que llegó al sillón más importante del fútbol sudamericano y profundizó la mala imagen de una entidad destruida por la corrupción. Por eso el gran perdedor dirigencial de esta final es el hombre que quedará en la historia (aunque no como quería) por ser el encargado de sacar, por primera vez en sus casi sesenta años, la definición del torneo continental más prestigioso a nivel clubes del suelo sudamericano.

El paraguayo, que llegó al sillón que dejaron vacante Nicolás Leoz, Eugenio Figueredo, Juan Angel Napout, los salpicados por el Fifagate, y Wilmar Valdez, asumió luego de ganar una elección que no fue tal por la no presentación de Valdez. Llegó con el padrinazgo político del ex presidente de Paraguay Horacio Cartes, quien se movilizó para que asumiera luego de la debacle dirigencial que arrasó con todo.

Desde el día que asumió, dejó en claro que la Conmebol se movería a su ritmo. Su primera decisión política fue no hacerse cargo, a pesar de haberle prometido a Daniel Angelici lo contrario, de que saliera la “amnistía” a la sanción de Boca, luego del gas pimienta, y de no darle a la Liga Sudamericana de Clubes (ese ente formado por muchos clubes que peleaban por los derechos ante Conmebol y que comandaba Angelici) el lugar prometido en el Comité Ejecutivo de la Conmebol.

Desde el arranque, la relación entre Domínguez y el presidente de Boca fue meramente política, pero después de esa “traición” del paraguayo no hubo vuelta atrás entre ambos.

“Cuentas claras”. Así se llamó la conferencia de prensa que Domínguez dio para dar inicio a una refundación de una Conmebol que no podía estar peor. Al menos, eso se creía. El ex presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol fue llenando el organigrama de la Conmebol de gente de su plena confianza y tomó decisiones que le terminarían costando caras a la entidad.

Por ejemplo, la de transformar la Copa Libertadores en una competición de año calendario, lo que excluiría a los equipos mexicanos de un torneo que los tenía como invitados, pero que los necesitaba por su enorme entrada en el mercado estadounidense.

Otra cuenta pendiente del mandamás sudamericano es que empresas involucradas en el Fifagate sigan vinculadas con la Conmebol: por ejemplo, a Perform (junto a IMG) se le adjudicó la licitación de los derechos de comercialización de sus torneos de clubes (2019-2022) a pesar de que Hugo y Mariano Jinkis, padre e hijo, fueron imputados por la Justicia norteamericana como dueños de la empresa Full Play (integrante junto a Traffic y Torneos de la firma uruguaya Datisa SA).

Superderrota. Los incidentes del sábado pasado en el Monumental expusieron como nunca a una cúpula de dirigentes que, además de las flojas decisiones que toman, tienen en la comunicación su talón de Aquiles. Porque nadie culpa a la Conmebol del diluvio en La Bombonera o de los incidentes en los alrededores del Monumental, pero sí de no estar a la altura de las circunstancias a la hora de ejecutar y de comunicar sus decisiones.

Domínguez quiso jugar como fuera la final del sábado pasado en Núñez, y se fue al hotel pensando que el martirio de la Superfinal se había acabado con el “pacto de caballeros” que se firmó en una hoja que parecía todo menos una declaración de intenciones. No tuvo en cuenta lo que les pasó a los jugadores de Boca y se enojó cuando le preguntaron por qué había hecho ir a la gente de River al estadio el domingo.

Domínguez mintió cuando dijo que la reunión del martes en Paraguay entre él, D’Onofrio y Angelici había sido en buenos términos (porque pasó lo contrario) y anunció que la final se iba a disputar, solo con el dato de que sería fuera de Argentina. No le importó que la supuestamente autárquica Unidad Disciplinaria todavía no había tomado una decisión sobre el reclamo de Boca. Domínguez necesitaba estar en el centro de la escena para hablar sin decir nada, ni hacerse cargo de las desprolijidades de la entidad que preside.

Todos los que estaban en Asunción esperando el veredicto sabían en off que la Unidad Disciplinaria no daría curso al reclamo de Angelici y Cía. Y que en una “decisión salomónica” River sería sacado de su estadio y que la Superfinal sería con hinchas de los dos clubes.

Asumida la derrota en lo deportivo, lo que importaba era seguir con el negocio. Y Domínguez fue por ello. Lo de Doha era la única oferta potable en lo económico. Ni Miami (a pedido de la TV) ni Medellín (para no comprometer políticamente a su amigo Macri llevando la final a otro país sudamericano) eran viables. Parecía que todo estaba cerrado, hasta que Domínguez, como él mismo admitió, levantó el teléfono y habló con Florentino Pérez, presidente del Real Madrid.

Lo llamó para preguntarle si estaba predispuesto a ser el anfitrión. Fue un OK del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, no bien aterrizado en Buenos Aires por el G20, el que le dio el guiño que le faltaba para concretar su intención.

La final de la Copa Libertadores no será de América. Será de Europa. Según Domínguez, “no pierde la esencia” por más que se juegue a 12 mil kilómetros de distancia. Porque lo más importante ya lo dijo: “La pelota jamás se va a manchar por gente inescrupulosa”.

(*) Nota publicada en el diario PERFIL.