Los jugadores de Ferro arremolinados contra la terna arbitral. Los de Quilmes festejando de manera más cuidada, nada alocada, para no herir susceptibilidades. El penal mal sancionado por Nicolás Lamolina del arquero Marcelo Miño sobre Federico Anselmo, quién luego convirtió haciéndose cargo del remate, fue el summum de un arbitraje paupérrimo. Un juez que quiso ser protagonista desde el primer minuto: primero con el público, después expulsando a los entrenadores y finalmente con un partido desmadrado en el que intentó ostentar una autoridad forzada y ficticia.
Lo que pasó en el partido de vuelta de la semifinal del reducido de la Primera Nacional por el segundo ascenso, es imperdonable que siga ocurriendo en estos tiempos. Podía aceptarse y entenderse en el siglo pasado, pero ya no. Uno de los argumentos, no el único, por el que el fútbol argentino está en franca decadencia.
Hace veinte años, en una final por un ascenso a Primera División, un árbitro llamado Daniel Giménez y apodado Sargento, cobró dos penales a favor del local y expulsó al arquero contrario, todo en el transcurso del primer tiempo. Imagínese lector lo que era ese vestuario visitante en el Chateau Carreras (hoy conocido como estadio Mario Kempes) durante el entretiempo.
El partido estaba 2 a 2 y el empate seguía sirviendo, pero había que aguantar otros 45 minutos con uno menos. Adentro era todo indignación e ira. Piñas, patadas contra las puertas e insultos por doquier. En la previa nos había llegado infinidad de comentarios sobre el juez y sus arreglos. Años después, increíblemente sin sanciones, reconoció la corrupción.
El VAR es una herramienta tecnológica. No es infalible, pero permite reducir el margen de error y aumentar el compromiso general ante la decisión. El VAR sirve puntualmente para quitar el argumento que los futbolistas escuchamos históricamente muchas veces, dichas por los árbitros, para justificar un fallo errado. “Perdón, no la vi” o “Perdón, tuve que tomar una decisión en una milésima de segundo y me equivoqué”. Esa frase la escuché miles de veces, a veces me favoreció, otras me perjudicaron, pero no me interesa escucharla más. Porque errar es humano y el “no ver” o el “equivocarse en la decisión”, entra dentro de lo que puede ser un error humano. La tecnología viene a subsanar ese posible error humano.
Eso quiere decir que va a ser perfecta, no. Por supuesto que no. Eso quiere decir que no va a haber más injusticias, no. Por supuesto que no. Pero entonces cuando se equivoca el VAR, con seis tipos mirando y cincuenta cámaras apuntando ya no es un error humano, es otra cosa. Tal vez será como afirmó el Sargento Giménez que el fútbol es un ámbito corrupto.
El problema de no usar VAR es que todo queda escudado en un error fortuito y se genera una bola. Y todos empiezan a llorar todo. Como el tango, “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. No porqué a mí no me cobraron el penal contra Almirante Brown, no porqué a mí me cobraron menos penales que a vos. No porqué a mí me anularon un gol que era legítimo. No porqué si nos hubiesen favorecido terminábamos primeros en nuestra zona y no fue así. No porqué a mí. No porqué a mí. No porqué a mí por mil elevando a la quinta potencia.
El otro gran problema del “error humano maquillado” queda del lado del ganador. Hoy Quilmes, que fue superior a Ferro en el trámite del partido, llega a la final contra Barracas Central (uno de los equipos más favorecido del torneo) condicionado. Porqué el error del árbitro habilita a que sí te favorecieron hoy para llegar a la final, no hables mañana cuando te perjudiquen. Porqué el error es humano y hoy falla para unos y mañana para otros. Vio.
Tal vez aquella final entre Instituto de Córdoba y Nueva Chicago, donde a mí me cobraron uno de los dos penales en contra, porque la pelota me paga en la mano cuando me estoy cayendo al suelo y no la veo, cuando en realidad me acababan de hacer falta para voltearme, haya marcado muchas de mis visiones sobre los arbitrajes, en general, y lo que pasa en las finales en particular.
Esperemos que la próxima final no tenga más condimentos. Seguramente ocurrirán porque ya hay cosas raras en la definición del último ascenso a Primera División. El partido se iba a jugar el domingo, pero de pronto se pasó al martes. Tal vez sea porque la figura de uno de los dos equipos está levemente lesionado y así tenga más tiempo para recuperarse. ¿Casualidad o causalidad? Vaya uno a saber. Es el futbol argentino del cambalache.