Que se haya jugado el Superclásico cuando quince jugadores de River estaban con Covid y que lo hayan disputado cinco que dieron positivo, un par de horas después, es grotesco en un país donde las escuelas están cerradas. No es insólito porque ha ocurrido con otros equipos anteriormente pero, por obvias razones, no despertaron la misma indignación que cuando lo grotesco pasa en un Boca-River.
Grotesco viene del italiano grutesco: estilo de decoración surgido en Roma a partir de la ornamentación de cuevas halladas en el Siglo XV. El grutesco era un arte que se caracterizaba por extravagancias varias que llevaban al absurdo. Por ende, esta palabra empezó a utilizarse para aquello que resulta de mal gusto o que es ridículo. Lo grotesco, por lo tanto, es algo desatinado, irracional y/o vulgar. El Superclásico pasado, jugándose a sabiendas de que habría varios enfermos en cancha.
Porque seamos sinceros, lo que pasó después estaba claro antes. River está explotado. No tiene un caso aislado, tiene un brote epidémico en el plantel y todo profesional de salud sabe que una PCR que no detecte el virus, en este contexto, no deja de ser un dato circunstancial.
Pero para entender todavía mejor lo grotesco, hay que remontarse a marzo de 2020 para recordar como el fútbol argentino detuvo su competencia condicionado por la decisión de River Plate. Probablemente como nunca antes, Marcelo Gallardo, uno de los mejores entrenadores de la historia del fútbol argentino, ha quedado tecleando sin poder explicar la desorientación de sus actos, más allá del día a día del plantel, en lo coyuntural de tiempo y lugar.
En el invierno pasado, unos cuantos meses después del cierre, Gallardo explotó por la determinación de las autoridades nacionales sanitarias (Gines González García), deportivas (Matías Lammens) y de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) de postergar al deportista profesional en su autorización para retomar la actividad. Duro le cayeron, por ese entonces, porque justamente él había sido uno de los principales impulsores del cierre y ahora reclamaba volver cuando la cantidad de casos crecía día a día en la Argentina.
El tiempo pasó. Llegó el calor nuevamente. Cuando se acercaba el fin de 2020, fueron bajando los casos y el fútbol volvió. Luego vinieron las cortas vacaciones, se relajaron los protocolos en la vuelta y en el comienzo de la Copa de la Liga, el Covid volvió a ser noticia en el fútbol por el rebrote de casos. Curiosamente, el fútbol no reflejaba lo que pasaba en la sociedad, estaba mucho peor. Supuestamente, se comunicaron decisiones de logística y dinámica de los planteles, se retrotrajeron ciertas libertades en los espacios cerrados y todo siguió su cauce haciendo de cuenta que nada había pasado.
River dejó pasar una oportunidad de oro para evitar esta circunstancia que está viviendo que, tanto en aquel momento como ahora, pasó desapercibida. Hace 15 días, la institución tuvo la oportunidad de vacunar al plantel en Asunción y el tema no entró en debate interno. Una decisión vertical que bajó bien desde arriba y aplicó para todos. Si la decisión hubiese sido otra, nada de lo que está pasando hubiese pasado.
Después podemos discutir si es moralmente ético que jóvenes adultos deportistas se vacunen prioritariamente contra el SARS-Cov2 cuando no son población de riesgo. Está claro que el beneficio no era ilegal y que no estaban saltando ninguna lista como hicieron algunos políticos, también hay que tener presente que no solo futbolistas forman parte de los equipos, también están los auxiliares y los cuerpos técnicos, y las respectivas familias, que serían protegidas ante el alto nivel de exposición que tienen los que forman parte de un plantel que viaja por el continente.
A modo de ejemplo, ¿se pusieron a pensar en quien contagió Ada, la mujer de Julio Falcioni, que acaba de fallecer? Una de las posibilidades es que haya sido su marido, quien se contagió previamente en el brote que tuvo Independiente en la primera semana de abril. Entonces, aceptando la vacunación para los planteles de fútbol estaríamos protegiendo a sus familias. Hay muchos casos, como los hay en todas las familias argentinas, lo que pasa es que no son tan visibles con el del entrenador de Independiente, pero tienen su raíz común en un vestuario de fútbol.
En River, quince jugadores fueron detectados como enfermos antes de jugar con Boca y otros cinco después. Insólitamente, en las próximas horas debería jugar con Independiente Santa Fe (Colombia) con los pocos futbolistas que todavía no dieron positivos pero perfectamente que podrían darlo en un par de horas. Para colmo, el martes 25 debería cerrar su participación ante Fluminense, también de local, y sin ninguno de los veinte. Suena ridículo, ¿no? Ni hablar si tiene que jugar con diez jugadores y con Milton Casco como arquero.
En estos tiempos tan difíciles desde lo sanitario, donde no existen medidas preventivas que estén de más, River tomó malas decisiones que le costaron la eliminación de la Copa de la Liga y un problemón en la Libertadores. Sabemos que nunca sería lo mismo, pero River podría haber utilizado a otro grupo de jugadores para jugar mañana y seguir en competencia. Chicos que no formaran parte de esta “burbuja estallada” y estuviese entrenando en otro grupo, pero no lo puede hacer porque pese a tener la oportunidad de anotar a 50 futbolistas, decidió no inscribirlos. Según las propias palabras del entrenador: “porque no iba a generarle ninguna falsa ilusión a chicos que tienen un recorrido por delante muy importante y hoy no están preparados”.
En un fútbol absurdo, donde decisiones principistas ridículas te dejan expuesto, Marcelo Gallardo no pueda formar un equipo de once jugadores. No es culpa de la COVID-19, sino pura responsabilidad suya. ¿Cómo lidiará el rey frente a su desnudez?