martes 19 de marzo del 2024

Todo vacío, todo al pedo

La conducta repetida del periodismo de convertir versiones en noticias de tapa. Desde la renuncia de Messi hasta la elección del técnico de la Selección.

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¿Se animan a hacer memoria y recordar en qué andaban allá por el 26 o 27 de junio? De 2016, sí, este mismo año. Hace menos de tres meses.

Les voy dando pistas antes de que apelen a Dios Google. El 26 fue domingo. Un domingo triste de esos en los que una derrota duele más de lo que hubiéramos celebrado una victoria.

Porque, dejémonos de embromar, ganar una Copa América no puede ser la bisagra de nada. Tampoco perderla. Sólo en un universo mediocre como el de nuestro fútbol podemos creer de verdad que ganar un torneo que ya ni siquiera es sudamericano representa una variable fundamental. Mucho menos el engendro de una Copa América extraordinaria, inventada para sacarles algo de plata a los norteamericanos –y mucha a quienes pagan por los derechos de televisión– en la que jugamos casi tantos partidos con los rivales regionales como con aquellos que tienen su propia “Copa América” y buscan un lugar en los mundiales compitiendo en mercados más amigables que el sudamericano.

Al bajón de una derrota no-derrota –nunca olvidemos que se perdieron dos finales consecutivas por penales y no durante el juego en sí– se le sumó ese golpazo a la mandíbula que significó la renuncia de Messi.

Justamente por eso le pregunto por el 26 y por el 27: en tiempos de diarios online y de redes sociales a toda hora, los asuntos ya no se discuten como antes, cuando lo que leíamos por la mañana en el diario del lunes se discutía café de por medio antes de entrar en la oficina.

Yo recuerdo bien qué hacía y lo que me pasaba esos días. El domingo, inmediatamente después de la final, evité ver la premiación y busqué refugio en cualquier otro lugar de la tele: mientras padecía las mieles del panelismo ejercido por cualquier señor dispuesto a treparse a programas con cierta audiencia para decir cualquier cosa de la que jamás se arrepiente ni por las que jamás pide disculpas, Lionel Messi anunciaba que se había cerrado su ciclo en el seleccionado.

Esas eran las horas en las que se empezaba a cocinar la renuncia-cama-despido de Gerardo Martino, de cuya salida se encargó un par de sinvergüenzas disfrazados de dirigentes que le negaron hasta las botellitas de agua mineral con tal de que se fuera a casa. Nada que esperar de un dirigente sinvergüenza: lo que dio pena fue la funcionalidad al respecto de tanta gente de prensa. Sugerencia al paso: prefiero que me descalifiquen antes de que me arroben como un fenómeno, metiéndome en la misma bolsa que buena parte de la muchachada que dirime en la tele vidas que jamás tendrán.

También recuerdo navegar entre la prudencia, el deseo y un par de contactos más o menos cercanos a los muchachos del seleccionado con la exclusiva finalidad de que me dijeran que, efectivamente, tal como pensé, dije y escribí, lo de Messi terminaría siendo una calentura feroz a la cual se podría atenuar desde el afecto popular.

No diré de quién se trata –no tengo su autorización para hacerlo–; sólo puedo decir que es uno de los hombres de máxima confianza de una de esas figuras que nadie pondría en duda en los seleccionados nacionales de estos años. Mientras el coro de aquellos que lo saben todo y jamás se hacen cargo cuando se descubre que no saben nada aseguraba que, detrás de Messi, se iban Mascherano, Banega, Di María, Agüero, Higuain, Romero, Batistuta, el Charro Moreno y Guillermo Stábile, este amigo que me regalaron el fútbol, la profesión y el Abuelo Diego me aseguraba que su futbolista de cabecera “no habló sobre nada con nadie”. “No quiso ni siquiera salir de la habitación. Ni para cenar. Eso sí, me aseguró que lo primero que tiene en mente, y varios de los demás, es hablar con Lionel para convencerlo de dar marcha atrás con la decisión”.

Ya ni hace falta hablar sobre lo que pasó desde ese momento hasta la llegada de Bauza al predio de Ezeiza. Por cierto, lo de Bauza también merece un capítulo aparte en lo que se refiere a nuestra conducta como periodistas que aseguramos cosas que jamás suceden, convertimos versiones en noticias de tapa y disimulamos como perra en celo cuando todo lo que pregonamos cae en saco roto: durante buena parte de la jornada en la que se anunció a Bauza como técnico del seleccionado, se aseguró que el elegido era Ramón Díaz. Más allá de los momentos de zozobra, carcajadas e ilusión que provocó la versión –elija cada uno la sensación según cómo le caiga el Pelado–, hasta se explicó que el riojano era el elegido porque lo habían citado para una reunión un miércoles, mientras la decisión se tomó el día anterior. Es cierto que la AFA da para cualquier cosa –revisen la lista entera de candidatos con los que se juntó Armando Pérez–, pero de tanto en tanto es justo que nos hagamos cargo de las nuestras.

Que Bauza no pero el Pelado sí, que Messi no vuelve porque tanto él como su entorno están indignados con la presión que se le tira de la Argentina, que Maradona tenía razón cuando decía que no tenía estirpe de líder, que “el que no salta, abandonó”, que los chilenos, que sólo una vez llegaron a semifinales de un Mundial, nos tienen de hijos. Ufffff. Si cree que exagero apele ahora a Google, busque medios digitales y Twitter de esos días y me dará la razón.

O rastree un poco más a través de YouTube y encontrará infinidad de sentencias al respecto. Desde supuestos especialistas en fútbol que aseguraron que la salida de Messi beneficiaría al seleccionado hasta supuestos profesionales del psicoanálisis y la psiquiatría sentenciando sobre el presunto perfil temperamental del genio de Rosario. Todo vacío. Todo al pedo. Todo sin ponerse colorado. Todo sin pedir perdón. Después, unos y otros vamos por la vida pidiendo respeto, prudencia y que la gente hable sólo de lo que sabe. Me hacen acordar a esos señores –a veces, señoras– que se la pasan pidiendo reglas claras para invertir en su negocio y que se cumplan las normas mientras no dudan ni un poco en mandarse por la banquina de la Illia en una hora pico o en manejar con más alcohol que el permitido después del after office. Lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros se ve reflejado cada vez que un tema se pone caliente. Como en la marcha federal, ni más ni menos.

La actuación de Messi ante Uruguay –fundamentalmente, su actitud– fue el golpe más elocuente a la profundidad de la mentira y a la liviandad del análisis. La mentira de la renuncia en masa de la mayoría de quienes, finalmente, jugaron en Mendoza, y la liviandad para dar por sentado una renuncia que, básicamente, sólo servía mantenerla indiscutida porque era “lo que la gente quería escuchar”.

El partido queda ya lejísimos de cualquier análisis. Aunque duela haber disfrutado poco e injustamente de Dybala –ese futuro que ya llegó–, aunque cada vez asombre menos la prestancia de Funes Mori, aunque sigamos esperando al Di María del equipo y aunque cada vez más gente comprenda cómo se juega al fútbol gracias a las clases abiertas que da Mascherano. Además, ver a la Argentina primera en un grupo que, hoy, está dejando fuera del Mundial a Chile –no dudo de que quienes absurdamente se autotitulan padres nuestros estarán en Rusia, entre otras cosas, porque se lo merecen– calma las aguas y nos hace mirar todo con esa óptica falaz de que somos los mejores… hasta que jugamos las finales.

Por cierto, firmo todos los papeles que haya que firmar si me aseguran que el seleccionado jugará siempre las finales. Usted y yo vivimos muchos más efedrinas o 0-4 contra Alemania que “era por abajo, Palacio”. De todos modos, poco hay para reprocharnos como hinchas en tanto desde los pésimamente llamados formadores de opinión hasta los pésimamente llamados dirigentes actúan con el nivel de reflexión de Lázaro Báez ante un pliego de obra pública.

Además, ya llegan Venezuela, las ausencias de Messi y de Dybala –más las de Agüero e Higuain; más de cien goles por año que nos faltarán– y los mil caminos para llegar a Mérida, sede del partido pese a que su aeropuerto lleva dos meses cerrado.

No deja de ser entre curioso y cínico que pensemos en un partido de fútbol en el país de Maduro. En un país que tiene el espacio aéreo cerrado para todo lo que no sea aeronavegación comercial, en un país al cual ningún enviado especial sabe a ciencia cierta si podrá ingresar con sus cámaras a cubrir el partido. Para colmo, atravesamos un tiempo en el que, a los argentinos, las cosas que pasan nos gustan, o no, no por buenas o por malas, sino según beneficien o perjudiquen al gobierno de turno. De tal modo, al partido hay que apoyarlo o no según le caiga bien o mal a la revolución bolivariana. Bastante pelotudos andamos últimamente.

Y así seguirá todo. Deglutiendo la noticia de hoy con la necesidad imperiosa de que expulse de nuestras tripas lo que pasó ayer. Y lo que sucedió anteayer parece de otro siglo.

Es la mejor forma de que la torpeza que cometimos hace tres meses y el daño que pudimos provocar con ella no sea ya parte ni de un recuerdo efímero.

En el mejor de los casos, esta variante mediática de la negación sabremos atenderla con nuestro terapeuta.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.